El voto pro-Cuba eyectó a la funcionaria, que no funcionaba. Werthein, de interventor a auditor en nombre de Karina. “Enemigos de la libertad”, en la mira.
Javier Milei echó a la canciller Diana Mondino por votar en la ONU en contra de Estados Unidos
Gerardo Werthein se calza el saco de canciller.
Poco calificada para su tarea, emergente de una política exterior fallida de sus bases, excluida de la agenda en varias excursiones internacionales recientes de Javier Milei, desautorizada por el despido de hombres clave de su entorno e intervenida a tres bandas en un ministerio que fue elegido como punta de lanza de la “batalla cultural” de la ultraderecha gobernante, a Diana Mondino le bastaba una gaffe más para sellar su final.
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La Casa de Mondino no está en orden
El detonante se produjo este miércoles, tras una votación en la ONU curiosa para los cánones paleolibertarios, la que determinó su eyección inmediata. El Presidente y su poderosa hermana, Karina Milei, se hacen ahora plenamente con el control de la Cancillería, que dejarán en manos del embajador en Estados Unidos, Gerardo Werthein.
Karina Milei y Diana Mondino. Todo mal.
El nombre del reemplazante constituye toda una definición de principios: el alineamiento con Estados Unidos, perforado por la votación argentina contra el embargo norteamericano a Cuba en la Asamblea General, será reforzado, más cuando crece la expectativa en la Casa Rosada sobre un probable triunfo de Donald Trump en las elecciones del próximo martes 5 de noviembre.
En esa línea, la gestión seguramente adquirirá un perfil más nítido de negocios y, posiblemente, un sesgo todavía más ideológico.
Los desafíos del elegido de Javier Milei
A Werthein, que en los meses que lleva en Washington ha aprendido a convivir con diplomáticos de carrera, se le abre un conflicto inmediato: ¿actuará como un mediador o como un cruzado en la guerra que el Presidente le declarará a parte importante del funcionariado profesional del Palacio San Martín?
Todo comenzó con una noticia que resultó desconcertante para quienes siguen de cerca la actividad diplomática: el voto argentino contra el embargo a Cuba.
Karina y Javier Milei, Elon Musk y Gerardo Werthein.
Captura de redes
Si esa posición se alineó con la tradición diplomática argentina y con el interés nacional percibido desde siempre, era obvio que iba a irritar a la cúpula del poder.
Ante la consulta , cerca de la excanciller pretendieron contener la represalia que se venía al fundamentar la decisión pro-Cuba en base a la idea de que fue “un voto a favor del libre comercio”.
Los hermanos Milei, el jefe de Gabinete blue Santiago Caputo y los tres interventores de Cancillería –el mileísta Werthein, la karinista Úrsula Basset y el ultraderechista, caputista y portador de armas secretario de Culto y Civilización Nahuel Sotelo– la percibieron como pueril y no la compraron. Mondino quedaba afuera.
Los misterios de Diana Mondino
En sus casi 11 meses de gestión, Mondino no ha brillado como una diplomática, si no conocedora, al menos intuitiva. ¿Por qué hizo lo que hizo?
El error de cálculo suele ser injustamente desdeñado por el análisis político, pero nunca hay que descartarlo. Sin embargo, esta ingenuidad parece demasiado grande. Una clave para explicar lo sucedido –y lo que puede venir– radica en el proceso de toma de decisiones de la Cancillería.
Como cualquier cuerpo diplomático, el argentino suele actual de modo “conservador” o, mejor dicho, atenerse a ciertas tradiciones que se explican en percepciones sobre el interés nacional que, al cristalizarse en el tiempo, forman una política de Estado.
Antes de una votación en un organismo internacional, y muy especialmente la Asamblea General de las Naciones Unidas, se activa una serie de consultas con las áreas concernidas por la decisión, la que podría fragilizar o reforzar las mencionadas políticas de Estado. En el caso de Cuba, por caso, opinan las direcciones de América Latina, Malvinas, Derechos Humanos… Cambiar el voto tradicional –algo que sólo hizo, con una abstención y en medio de una tormenta política, Fernando de la Rúa– contra el embargo aislaría más al país en la región, lastimaría el apoyo del mundo emergente al reclamo de soberanía sobre las islas ocupadas por el Reino Unido y contravendría compromisos internacionales en materia de derechos humanos. Esas opiniones suben en la estructura y definen los votos.
Lo que viene, lo que viene en la Cancillería
Si Milei ya había conminado, en una carta reciente, a todo el cuerpo diplomático a alinearse con su “batalla cultural” o a renunciar, puede esperarse ahora una caza de brujas en toda la línea.
De hecho, el comunicado con el que la Oficina del Presidente anunció “la renuncia” –inducida– de Mondino así lo anticipa.
“Nuestro país se opone categóricamente a la dictadura cubana y se mantendrá firme en la promoción de una política exterior que condene a todos los regímenes que perpetúan la violación de los derechos humanos y las libertades individuales”, anuncia. “La República Argentina defenderá los mencionados principios en todos los foros internacionales en los que participa y el Poder Ejecutivo iniciará una auditoría del personal de carrera de la Cancillería con el objetivo de identificar impulsores de agendas enemigas de la libertad“.
Lo que viene no será sólo una pelea de los profesionales del Palacio San Martín que sean alcanzados por la balacera; su defensa debería ser una causa cerrada de todo el arco político. Es cierto que un gobierno votado por el pueblo tiene derecho a aplicar sus políticas, pero eso no implica que profesionales formados deban adherirse acríticamente a una agenda ideologizada, mal calibrada y lesiva del interés nacional. Al revés, su función es advertir contra posibles errores. ¿Se dará el Congreso una voz en este asunto nodal, en el que funcionarios de carrera serán sancionados por haber aconsejado el sostenimiento de posturas permanentes de la Argentina?
El Gobierno debería reparar en que no “fallaron” esos agentes, sino sus propios mecanismos de consulta, los que Mondino eludió o desoyó. Esto es así porque la opinión de las mencionadas áreas no es vinculante y queda, obviamente, sujeta a una definición política de más alto nivel. Como sea, el desenlace es poco serio y habla muy mal del país, incluso a los ojos de sus aliados, fugazmente traicionados y rápidamente resarcidos.